Entrada escrita por Andrea Rovira
y corregida por Almijara Barbero
Como comenté en la entrada anterior, mi propósito no es divulgar todas las obras de Christa Wolf, sino las más características del periodo de la DDR, con el fin de entender mejor cómo se vivía en esa época en la Alemania Oriental.
Anteriormente comentamos la formación de la DDR y también su filosofía a través de la literatura. Hoy, Christa Wolf nos permitirá comprender mejor uno de los aparatos más importantes del régimen del SED: la famosa «Stasi».
Stasi: Ministerio para la Seguridad del Estado
Con ese nombre se presentaba uno de los servicios de inteligencia más potentes del mundo en 1950, que fue creado siguiendo el modelo soviético del Comité para la Seguridad del Estado de la URSS. Aunque, como dijimos, la DDR era en principio independiente de esta unión, los soviéticos siempre los consideraron los socios más leales y efectivos.
La Stasi, cuya organización tenía un sinfín de diferentes entidades, desde el Departamento de Comunicación y Protección Personal hasta una «División de Análisis de Basura», tenía como propósito principal detectar comportamientos subversivos o contrarrevolucionarios. La DDR, como estado comunista, quería crear una colectividad (kollektivy) que agrupase a todos sus ciudadanos. Cualquiera que no quisiese formar parte de ella no tenía ninguna posibilidad en el Estado: lo enviaban a campos, prisiones o lo torturaban psicológicamente.
Pero la Stasi no era la única vigilancia. Uno de los éxitos del régimen para crear esta colectividad era que los propios ciudadanos servían también de vigilantes y denunciadores. Se estima que la Stasi tenía 91 000 empleados a tiempo completo y 180 000 informadores: muchos de ellos por obligación o coacción. Si os interesa el tema de espías en la Guerra Fría y cómo Alemania Oriental jugó su papel, os recomiendo Deutschland 83, que ilustra perfectamente la vida de un informador de la DDR enviado en la Alemania Occidental.
Lo que queda
En este marco socio-político se desarrolla Lo que queda (Was Bleibt), de Christa Wolf.

Christa Wolf se embarca en un monólogo interno confuso y enrevesado que consigue trasmitir perfectamente la angustia e incerteza del personaje principal, una escritora del Berlín Este vigilada por la Stasi. Con ella vivimos doce horas de su vida, siempre observada por los hombres uniformados de verde apostados delante de su casa, que la miran por la ventana de su estudio. Gracias a la pregunta de una oyente durante una lectura pública, en el transcurso de un día leemos, de forma intimista, los pensamientos de la escritora quien se pregunta, sobre todo, lo que queda de todo aquello que están viviendo: el sufrimiento, la desconfianza en los amigos, en los seres queridos, una lengua que ya puede identificar para explicar lo que le pasa (cuya problemática recuerda a la crisis del lenguaje de Hofmmansthal o a las declaraciones de Theodor W. Adorno posteriores a Auschwitz). Después de lo sucedido en Alemania en los últimos años, los sentimientos son tan confusos que no sabe por dónde empezar. Pero quizá también queda la esperanza, la esperanza que la gente debate, aunque sea escondidos, y la sensación de unidad y de cohesión aun con las diferencias que se generan dentro del régimen.
Gracias a esta técnica de escritura tan personal no solamente se consigue una empatía total con el personaje, sino también el rechazo a la sociedad de la cual es víctima. La crítica social que emana del texto muestra, sin duda, los efectos psicológicos y físicos causados por ese estado de vigilancia permanente, al igual que las contradicciones y debilidades del mismo régimen.
La polémica
El texto, considerado autobiográfico, desencadenó mucha polémica: aunque se escribió en 1979, Wolf lo publicó el 1990, cuando ya había caído el muro y el régimen y cuando ya no había peligro de ser censurada. Hasta entonces, Wolf solamente se había pronunciado públicamente en contra del régimen en 1989. Por eso mismo, algunos escritores y medios de comunicación tildaron Lo que queda de oportunista y cobarde.
Aun con la crítica evidente de Wolf hacia el régimen, es importante remarcar que el lector nunca tiene la sensación de que la autora quiera hacer como otros escritores de la época e «ir de una Alemania a otra» (es decir, emigrar de la Alemania Este a la Oeste). Lo que queda es, en realidad, un documento excepcional no solamente de la época, sino del pensamiento de la mayoría de ciudadanos que estaban a favor de la teoría comunista, pero a la vez en contra de su práctica.
Es el relato de una sociedad exiliada interiormente, que no pertenecen ni aquí ni allá. Es el relato visiblemente apolítico que se ha tenido que hacer político para entenderse. Es así, también, en este sentido, un texto contradictorio, como la respuesta misma que la escritora se responde al final del libro, cuando recuerda a la mujer que, en la lectura pública, le ha preguntado lo que estructura sus pensamientos y su novela: «¿Qué es lo que queda?».