Entrada escrita por Ana González
y corregida por Rocío Naranjo
Lorca, Dalí, Buñuel, Alberti, Miguel Hernández… son los nombres que a todas nos suenan cuando pensamos en la Generación del 27 española. Todos grandes artistas cuyas obras estudiamos en el colegio y cuya memoria sigue presente en la cultura de nuestro país como época de gran efervescencia cultural y transgresión social a través del arte de vanguardias. Pero ¿qué pasó con las mujeres? Es la pregunta que se plantea desde el documental Las Las sinsombrero1, una reflexión sobre el papel que desempeñaron las mujeres artistas del 27 y una llamada de atención sobre cómo la construcción histórica y el relato de la memoria colectiva no escapa de la narración patriarcal, reconociendo a unos y olvidando a otras.
Poetisas, novelistas, actrices, activistas antifascistas, pintoras… Mujeres brillantes que hicieron aportaciones sociales y artísticas de referencia y cuyos nombres probablemente no sean tan conocidos como los de sus compañeros. Maruja Mallo fue una de las artistas más destacadas de este periodo, y sobre ella escribiré en este blog.

Maruja Mallo nace en Viveiro (Galicia) en el año 1902, siendo la cuarta hija de trece hermanos más. Su madre es de Vigo y su padre trabaja en el Cuerpo de Aduanas, lo que les obliga a llevar una vida bastante itinerante. Por este motivo, Mallo pasa un periodo de su infancia con sus tíos entre Corcubión y Tui, lo que le permite vivir como hija única y forjar un carácter independiente que conservará durante toda su vida. Desde pequeña le gusta dibujar y su familia alienta este espíritu creador, proporcionándole material para seguir desarrollando su creatividad. En el año 1922 vuelve a reunirse con sus padres en Avilés y logra entrar como estudiante en la escuela de Bellas Artes de San Fernando, junto con su hermano Cristino Mallo (escultor).

No tarda en hacer amistad con sus compañeros de la escuela, siendo su grupo más íntimo Lorca, Dalí y Buñuel, con quienes se integra como una igual y donde ella es acogida y reconocida por su capacidad artística y su espíritu libre, aunque posteriormente fuese ignorada por la historia. En su juventud, el grupo frecuenta bares, museos, tabernas y tertulias, pero sobre todo se empapa de la vitalidad por las calles de Madrid. Muestra de ello es el cuadro de Dalí Sueños noctámbulos donde están representados los cuatro amigos, así como una composición de Maruja Mallo donde podemos encontrar los ojos de cada uno en cada esquina del collage.
Es en esta época cuando comienza a pintar su serie Las verbenas, unas obras que comentaré en posteriores entradas, llenas de vitalidad, color y alegría, donde Mallo refleja la vida del grupo de artistas haciendo a la vez una crítica hacia el clero, que ella misma definía como «la mafia santa de la iglesia»2.
En el año 1926 termina sus estudios, coincidiendo con la muerte de su madre. Un año después fallecerá su padre, lo que lleva a Mallo a pasar una etapa en Tenerife. Allí pinta uno de sus cuadros icónicos (La mujer y la cabra), donde pone de manifiesto la tensión entre el espacio público y el privado en relación con las mujeres. En 1927 sigue pintando cuadros en los que se refleja el salto hacia la libertad que están protagonizando las mujeres, plasmando en sus Elementos para el deporte objetos que fomentan la independencia y la fortaleza. Concha Méndez, poeta y amiga íntima de Maruja, es quien le sirve de modelo en estas obras.

Cuando vuelve a Madrid sigue moviéndose entre intelectuales y artistas de la época, y en 1928, Ortega y Gasset le propone utilizar las salas de la Revista de Occidente para exponer su obra, momento en el cual pasa de ser juzgada como mujer excéntrica y transgresora a ser reconocida por su obra artística. Es en esta época cuando comienza a dar paseos por las afueras de Madrid junto con Alberto Sánchez y Benjamín Palencia (quienes conformaban la Escuela de Vallecas), y donde los paisajes áridos y sin vida inspiran el tono de la serie de pinturas Cloacas y campanarios.
Al mismo tiempo gana una plaza de profesora de dibujo, composición y cerámica en educación secundaria en un pueblo de Ávila. En 1931 le conceden una Beca de la Junta de Ampliación de Estudios que le permite viajar a París y exponer su obra. Allí, André Breton, el máximo exponente del surrealismo, le compra su pintura El espantapájaros. En París conoce a los intelectuales del surrealismo (René Magritte, Max Ernst, Joan Miró y Picasso), y cuando se le acaba la beca vuelve a España, en pleno momento de esplendor e ilusión republicana. Es en una de las manifestaciones que recorren Madrid donde encuentra inspiración para su próxima serie La religión del trabajo.
En el año 1936 vuelve a su tierra para participar en las Misiones Pedagógicas y el comienzo de la Guerra Civil le sorprende en Vigo, pintando bajo los arcos del Berbés. Maruja decide escapar del ambiente fascista y opresivo del país, y tiene la oportunidad de ser invitada por su amiga Gabriela Mistral, poeta chilena, en aquel momento embajadora en Lisboa, a exiliarse a Argentina, para presentar en Sudamérica Lo popular en la plástica española a través de mi obra, 1920-19304, con reflexiones sobre sus propias pinturas, que comentaré en próximas entradas. En sus veinticinco años de exilio viaja de Buenos Aires a Uruguay, Chile y Brasil, llegando a visitar Isla de Pascua junto con Pablo Neruda (1945). De esos años son sus series pictóricas Naturalizas vivas, Las razas y Máscaras.

En 1961 vuelve a España con miedo a que Franco la estuviese esperando, pero la realidad es que en la España franquista era una desconocida. Posteriormente a la muerte del dictador, es reconocida por la generación de los 70 como referente artístico. Con la juventud tiene gran sintonía y una confianza total en el futuro que esta generación protagonizará. Es en esta época (1975) en la que se propone pintar su última serie Viajeros del éter o Los moradores del vacío, donde se aprecia su interés por el espacio, lo místico y el universo.
En el año 82 se le concede la Medalla de Oro al mérito de Bellas Artes por el Ministerio de Cultura. En el 90 se le dará la Medalla de Oro de Madrid, y un año después la de Galicia. Con la vejez llegó la enfermedad; padeció diabetes y tuvo la mala suerte de romperse la cadera, lo que propició que se tuviera que internar en la residencia Menéndez Pidal de Madrid. Desde allí hacía llamadas telefónicas interminables a todos sus amigos y compuso un mural con todas las postales que le iban enviando. Muere finalmente en el año 1995.
Una vida interesante de una mujer transgresora, de carácter llamativo y brillante producción artística. En las próximas entradas propongo acercarnos más a su obra, a su personalidad y a la relación que mantuvo con sus coetáneos.
Fuentes:
- RTVE, Las Sinsombrero: la primera generación de mujeres que entró sin complejos en el mundo artístico. 2015.
- Mallo, entrevista en A Fondo, 1980.
- Historias silenciadas de las mujeres invisibles de la generación del 27, El Taladro.
- Lo popular en la plástica española a través de mi obra, 1920-1930, Editorial Losada SA, Buenos Aires, 1939.
Excelente reseña. Es necesario el reconocimiento de las mujeres que pertenecieron a la generación del 27 que cayeron en el olvido y cuya aportación a la escritura y a la pintura fue notoria como Maruja Mallo, Remedios Varo exiliada en Mexico , Maria Teresa Leon, mujer de Alberti. y otras muchas mas.
Adelante con el descubrimiento de todas ellas.
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Gracias, Carmen! La verdad, es un placer conocer a Maruja Mallo un poco más de cerca, y dedicar tiempo a leer sobre su vida y su obra. Un abrazo,
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