Entrada escrita por Aida Martín (@aida053)
y corregida por Maribel Abad Abad (@Altanfantasy )
Una fantasía muy fantasiosa.
Un cuento de hadas un poco surrealista.
Una Caperucita de Brooklyn.

Sara Allen es una niña de Brooklyn que, como la Caperucita del cuento, lleva un vestido y un chubasquero rojos. Su mayor deseo es ir a la isla de Manhattan y recorrer sola sus calles. Sara solo va a Manhattan cuando va a visitar a su abuela, una cantante de music-hall a la que lleva siempre una tarta de fresa elaborada por su madre con una receta artesana que la abuela guarda secretamente en una cajita. Esa receta será el deseo de Mister Woolf, «el Lobo», un pastelero multimillonario que vive en Central Park, muy famoso por sus tartas, pero al que se le resiste precisamente la receta de la tarta de fresa.
En Caperucita en Manhattan, todos anhelan algo, pero el mayor anhelo es la Libertad. Esta aparece encarnada en la figura de Miss Lunatic, una mendiga sin edad que vive oculta en la estatua de la Libertad y sale de noche para mediar en las desgracias humanas o regalar algún elixir para vencer algún mal.
Sara, la Caperucita de este cuento, en su atrevida aventura por las calles de Manhattan para «ir a casa de su abuelita» con una cesta con la tarta de fresa, se irá encontrando con diversos personajes. En primer lugar, se cruza con Miss Lunatic, o Madame Bartholdi, como ella misma se hace llamar, que explica a Sara qué es para ella vivir y con la que Sara descubrirá el verdadero significado de la palabra Libertad:
Pero ¿a qué llaman vivir? Para mí vivir es no tener prisa, contemplar las cosas, prestar oído a las cuitas ajenas, sentir curiosidad y compasión, no decir mentiras, compartir con los vivos un vaso de vino o un trozo de pan, acordarse con orgullo de la lección de los muertos, no permitir que nos humillen o nos engañen, no contestar que sí ni que no sin haber contado antes hasta cien como hacía el Pato Donald… Vivir es saber estar solo para aprender a estar en compañía y vivir es explicarse y llorar… y vivir es reírse…
—Y no olvides una cosa —le dijo Miss Lunatic—. No hay que mirar nunca para atrás. En todo puede surgir una aventura.
Más tarde, Sara se encuentra con el Lobo en el bosque de Central Park. Él huele la tarta que lleva Sara en la cesta y ella se la da a probar. Entonces, el Señor Woolf le pide a Sara que le dé la receta. Sara le dice que la receta la tiene guardada la abuela. Le da la dirección de la casa de su abuela a cambio de que él le permita recorrer las calles de Manhattan en una de sus limusinas. Así lo hacen y cada uno va por un camino distinto. Pero el Lobo, igual que en el cuento, se adelanta a Caperucita para conseguir la receta de la tarta de fresa y así conocer a la abuela. Mientras, Sara va en otra limusina con un curioso personaje: Peter, el chófer de Mr. Woolf. Este tiene una hija de la edad de Sara, Edith, que le había pedido varias veces que la llevase a Manhattan, «…que allí es donde pasan todas las aventuras», pero él nunca la había llevado:
Y de pronto, se sintió perdido como una gota de agua en el mar proceloso de Manhattan, caído del reino de la fantasía con las alas rotas, rodando por las calles con un uniforme prestado, y llevando dentro de un lujoso coche prestado a una niña prestada, que no era su Edith, pero de la que tenía que cuidar. Todo estaba al revés, todo era un puro absurdo, un puro préstamo.
Finalmente, tras un largo paseo por las calles de Manhattan, Sara llega a casa de su abuela, pero al verla bailando con el Sr. Woolf, decide irse. Pronunciando su palabra mágica «Miranfú», Sara se arroja por una alcantarilla al pasadizo que la llevará de nuevo al encuentro de Miss Lunatic, y, con ella, a la Libertad.
Qué recuerdos, le tengo especial cariño a esta historia ya que fue una de las pocas lecturas obligatorias del instituto que me gustó de verdad. Ahora, al leer esta reseña, he visto que, tras tanto tiempo, no la recuerdo demasiado. Quizá me plantee darle una relectura. ¡Gracias por el artículo!
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