Entrada escrita por por Esperanza García Casado
y corregida por Lidia Pelayo (@Lidia_Pelayo)
Gertrudis Gómez de Avellaneda es una de las escritoras más prolíficas que escribió tanto novela, como poesía y obras teatrales en el siglo XIX. Su legado es de gran importancia y aun así es una gran desconocida, principalmente porque no forma parte del currículum oficial en la enseñanza obligatoria. Esto se debe a que fue una mujer, pero precisamente por ello su legado es múltiple ya que aporta a la literatura una igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres.

Nacida en Camagüey (Cuba) el 23 de marzo de 1814, fallece el 1 de febrero de 1873, a los 58 años, en Madrid, donde residió sus últimos años. Sus restos residen en Sevilla, ciudad de la que se enamoró y en la que se sentía libre e inspirada, lo que fue un gran impulso para el desarrollo de su carrera en España.
Conocida como «La Avellaneda», «Tula» o «La divina Tula», era una mujer inquieta y por ello se la describe como rebelde, ya que la única vía que tenía para hacer lo que sentía era romper esquemas, pues sus inquietudes y su desarrollo personal no podían darse dentro de lo que se consideraba ni normal ni moralmente aceptable, aunque ella lo consideraba apasionante. Por eso se considera que tuvo un tipo de vida romántica, ya que su vida estuvo llena de viajes, cambios de residencias, dolores y alegrías, amor y desamor.
Avellaneda era una mujer apasionada que vivió varias relaciones afectivas y solo una acabó en matrimonio. Al mismo tiempo, luchaba por la justicia social: denunciaba la sociedad esclavista y el patriarcado, presentándolo como un sistema que hace que las mujeres sean las esclavas de los hombres hasta la muerte, en la que no pueden comprar su libertad con dinero (en esto profundizaremos más analizando su gran obra SAB). Podemos conocerla a través de su obra y sus numerosos epistolarios, llenos de información de la época, de las relaciones de poder que se daban en las relaciones amorosas, incluso cuando estas mismas transcurrían mediante el intercambio de cartas.
Era crítica y, a pesar de haber nacido en el seno de una familia con alto nivel adquisitivo poseedora de esclavos, no cumplía nunca con lo que se esperaba de ella por su condición de mestiza. «En Cuba la veían como española y en España como cubana» (Diario de Cuba) y más tarde sería apátrida; también por la condición de mujer, de mujer soltera, de madre soltera y, más tarde, de viuda. En ocasiones por ser de clase alta, otras veces por su precaria situación. Muy cultivada y con gran potencial artístico, conocía la literatura francesa y española, tuvo una vida social activa en la que se codeó con alta alcurnia y fue considerada una gran referente, pero siempre pagando un precio, siempre sin un reconocimiento igual que a su homólogo masculino. Y, por supuesto, sin ser aceptada en la RAE cuando solicitó formar parte de esa institución, siendo la primera mujer en postularse como candidata y la primera de varias en ser rechazada. Mientras, había quien argumentaba que su talento para el estilo romántico se debía a su pecho femenil y como los sentimientos y la expresión de estos es una cualidad propia de la femineidad, había quien necesitaba presentarla como una mujer de gran belleza para justificar su (también gran) inteligencia. Una mujer, per se, no podía mostrar habilidades que estuviesen ligadas a la inteligencia.
Espero que su figura os despierte tanto interés como a mí, pues iremos indagando en sus grandes y numerosos obras y los transgresores aspectos de su vida. La pondremos en el lugar que merece esta autora, reconocida en vida con palabras como las siguientes: «Era una mujer; pero lo era sin duda por un error de la naturaleza, que había metido por distracción un alma de hombre en aquella envoltura de carne femenina» (1).
- CABALLÉ, Anna (ed.), 2004.«La pluma como espada. Del romanticismo al modernismo». Lumen, Barcelona, págs. 23-24. Extracto de la descripción de Bretón de Los Herreros sobre Gertrudis Gómez de Avellaneda.