Con motivo de la lectura conjunta que realizamos en marzo de Una habitación propia, le pedimos a Frauwaz que compartiera sus impresiones tras leer por primera vez a Virginia Woolf. Esta entrada ha sido revisada por Carbaes.
El otro día decía, medio en broma, que la culpa de que no hubiese leído antes nada de Virginia Woolf la tenía la nariz postiza de Nicole Kidman. Cuando vi Las horas por primera vez, que fue en el cine hace un montón de tiempo, me aburrí como una ostra. Sé que el problema era mío porque he vuelto a ver la película alguna vez y, siendo más mayor, me gustó, pero está claro que me creó un punto ciego literario enorme, con la silueta (y la nariz) de Virginia Woolf.
No sabía qué esperar cuando empecé Una habitación propia. Busqué la traducción de Laura Pujol, no la de Borges, porque había oído que tiene ciertos problemillas pero, aparte de eso, iba a ciegas. Creo que lo que más me ha sorprendido es lo divertido que es el libro, la de veces que me he encontrado soltando alguna carcajada. Iba con la idea de que Woolf es una señora seria y pesada y me he encontrado a una mujer ingeniosa, irónica y con un gran sentido del humor. Ha sido una revelación, en serio. Lo malo es que no es la primera vez que me pasa, me ocurrió lo mismo cuando probé a leer las novelas de Jane Austen, otra autora inglesa de la que tenía una idea completamente equivocada.
Últimamente pienso mucho en todos los agujeros literarios que tengo y en lo gracioso que es que casi todos tengan forma de señora, sí.

He estado procrastinando, como hago siempre, leyendo las reseñas que ha escrito gente mucho más documentada que yo y rellenando las lagunas que me quedaron en el texto, y lo que más me ha gustado ha sido conocer la historia de las Four Marys. Al comienzo del libro, Woolf dice: «llamadme Mary Beton, Mary Seton, Mary Carmichael o cualquier nombre que os guste, no tiene la menor importancia». La referencia se me escapó por completo en la primera lectura, pero viene de una canción tradicional escocesa que habla de una mujer ejecutada por infanticidio y adulterio. (Aquí habría estado bien una nota al pie de página, pero en la edición que tengo no venía ninguna).
Seguramente la versión más famosa de la canción es la que tocaba Joan Baez con el título de Mary Hamilton, pero he estado viendo bastantes tomas de otros artistas y creo que mi favorita es esta, de Fiona Ross, que tiene la ventaja de cantar con un acento precioso.
Los hechos históricos en los que se cree que se basa la canción son más o menos estos: María I de Escocia, entonces una niña, viaja a Francia para ser educada en la corte de su futuro marido y le acompañan cuatro damitas de su misma edad, elegidas entre las mejores familias escocesas. Eran las famosas Four Marys y se llamaban Mary Seton, Mary Beaton, Mary Fleming y Mary Livingston. Ninguna fue colgada, que se sepa. En la canción, y en Una habitación propia, dos de esos cuatro nombres han cambiado. Fleming y Livingston desaparecen y son sustituidas por Mary Carmichael y la narradora, Mary Hamilton. En otro país, en Rusia, y en otro siglo, sí que parece que hubo una mujer con ese nombre ejecutada por matar a su hijo ilegítimo, se supone que producto de un romance con el Zar.
¿De dónde salen esos cambios? La teoría más extendida es que hubo al menos dos versiones de la historia y la canción, de siglos diferentes, que se fundieron en el texto que tenemos hoy, basadas en dos incidentes distintos, primero en Francia o Escocia y luego en Rusia. Lo curioso es que en ambas se habla de una mujer seducida por un hombre de una posición superior, un embarazo no deseado que termina en infanticidio y un castigo ejemplar que recae solo en la madre, que acaba muerta. Es una situación casi idéntica a la historia que Woolf cuenta luego sobre esa Judith Shakespeare también inventada, y la comparación es demasiado buena para ser casualidad. Es como si Woolf tuviese alguna opinión por ahí sobre la libertad sexual o reproductiva de las mujeres y se las hubiera arreglado para meterla en el texto con indirectas. Qué locura, eh. Como esa otra broma inofensiva sobre que «A Chloe le gustaba Olivia» y que «A veces a las mujeres les gustan las mujeres».
Me resulta muy curiosa la elección del nombre. En la canción, Mary Hamilton es la condenada a muerte y, por eliminación, la identidad que adopta Virginia Woolf para narrar la mayor parte de la historia. Durante el ensayo, Mary Seton se convierte en la amiga con la que charla, Mary Beton en la difunta tía que deja la famosa herencia que permite escribir a la narradora y Mary Carmichael en la escritora primeriza a la que critica. Me parece que, al omitir el cuarto nombre en una serie tan conocida, lo que hace Woolf es precisamente llamar la atención sobre él. Leyendo otras reseñas hubo una que me sorprendió especialmente porque decía que la autora se ayudaba de un personaje ficticio y sin nombre para narrar la historia. Y lo que me parece ahora es que eligió con mucho cuidado. No a alguien ficticio y sin nombre, sino una persona que lo tuvo y lo perdió. Algo que pasa mucho cuando las mujeres no pueden contar su propia historia.
Mi propia sugerencia es un tanto fantástica, lo admito; prefiero, pues, presentarla en forma de fantasía.
¿Qué más? El estilo me ha gustado un montón, la narración, el monólogo interior y las digresiones me han parecido fantásticas. Parece que es otra queja recurrente, que la buena mujer no termina de ir al grano, pero a mí me parece que ahí está casi todo su encanto. Es otra ficción, como lo de los nombres. Es imposible que la charla real en la que se basa el libro fuera tan larga y llena de desvíos; las misses del público se hubieran amotinado antes de llegar a la “bronca” del final.
Hablando de ficciones, al principio estaba exagerando con todo eso de que entré a ciegas en el texto. Es casi imposible no haber oído antes lo de que «Una mujer debe tener dinero y una habitación propia si va a escribir ficción». Lo que sí me ha sorprendido es la puntualización de que esa habitación necesita una puerta con pestillo. Lo importante es, claro, de qué lado esté. En otro momento, Woolf dice también: «Cierra con llave tus bibliotecas, si quieres, pero no hay barrera, cerradura, ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente». Me parece acojonante la capacidad que tiene para darle la vuelta al concepto y convertir una habitación cerrada en un símbolo de liberación. Un cerrojo que se pueda —y que se quiera— correr para dejar al mundo del otro lado. Aquí andamos, casi pasados los cien años que nos daba Virginia, y ese sigue siendo un tipo muy especial de egoísmo que les sigue saliendo de forma más natural a los señores.
Me doy cuenta de que estoy llegando al final y no he empezado a hablar de feminismo más que de pasada. Es complicado. Me pasé toda la lectura entre el impulso de aplaudir hasta con las orejas y las ganas de empezar mi propio sermón con todos los fallos de la primera ola de la cosa feminista. Que es algo injusto, por otra parte, esto de pedirle interseccionalidad al olmo. Y en el fondo me sorprendió ese enfoque tan materialista que tiene el ensayo. Por lo menos Woolf parece bastante consciente de que «genios como el de Shakespeare no florecen entre los trabajadores, los incultos, los sirvientes». Claro que tampoco tenía mucho problema a la hora de pintarse la cara para disfrazarse de abisinio.
Vaya, al final va a ser verdad lo de que «una conferencia pronunciada por una mujer ante mujeres debe terminar con algo particularmente desagradable» porque ese comentario me ha salido en automático. Con lo que me ha gustado el libro y tengo toda una lista en la cabeza de problemas con el texto, empezando con eso de que la furia deforma a las novelistas (personalmente pienso que la rabia afila, no deforma) y mi primer impulso fue ponerlos arriba del todo, a modo de disculpa.
Sí, me gustó pero…
Hay algo que sí que tengo que mencionar. Sin querer, al enfocar el caso de una forma tan teórica en lo que harían las mujeres si tuvieran una habitación propia y una renta de quinientas libras, en los libros que escribirían entonces, Virginia Woolf borra de un plumazo todos los libros que ya se estaban escribiendo. Esa obsesión con las novelas que, publicadas por las mujeres de dentro cien años, hace increíblemente fácil olvidar las que ya estaban ahí a pesar de no tener ninguna de esas cosas.
El otro día puse en Twitter un artículo de hemeroteca que me encontré investigando (léase, procrastinando) para esta reseña. Era de un periodista que se quejaba muy fuerte de que las mujeres no hacían más que publicar novelas —doscientas a la semana solo en Inglaterra, decía— y que, por supuesto, aquello era el fin de la civilización occidental y el acabose. En el colmo de la hipocresía, cerraba el artículo con una nota deshaciéndose en elogios hacia Woolf y pidiendo para ya traducciones de sus novelas. Porque ella sí que merecía la pena, no como todas las demás.
El periódico era de 1927, dos años antes de que se publicase Una habitación propia.
Nada de esto es culpa de Woolf, claro. Pero uno no se queja de que las mujeres están arruinando la literatura si no hay, pues eso, mujeres arruinando la literatura desde sus mesitas plegables en sus salones llenos de críos.
Pues eso, ahora que nos hemos quitado de encima la parte negativa, ya puedo decir con tranquilidad cuánto me ha gustado este primer contacto con su obra. Tengo planeado seguir con todos los libros suyos que me faltan, empezando por Orlando.
¿Por qué eres tan maravillosa, Frau?
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Jo, gracias. Ni me había dado cuenta antes de que tenía comentarios. Sois geniales.
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Un comentario enriquecedor!
Veo que utilizas procasninar en el sentido de dispersar que suele ser lo que yo hago cuando amplío información. Suelo dispersarme y nunca sé dónde voy a caer.
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Sí, para mí es justo eso, dejar para mañana lo que tendría que hacer hoy y mientras estoy haciendo el idiota en la wikipedia. ¡Gracias por el comentario!
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¡Pero que bueno! saludos.
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