El estrato social y el color de la piel en Jonathan Strange y el señor Norrell

Entrada publicada por Bea (@LadyOvejita)
y corregida por Carla Bataller (@trad_carbaes)

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Ilustración de Marina Vidal (@marimbavidal) para Adopta una autora

Como ya dejé caer en mi anterior artículo sobre Susanna Clarke, si algo puede echarse en falta en la magnífica novela que es Jonathan Strange y el Señor Norrell, es que sus protagonistas son varones blancos, heterosexuales y de clase alta. Vamos, lo habitual en la mayoría de las historias de aventuras.

No puede negarse, eso sí, que Clarke también tuvo el acierto de crear personajes con muchas aristas que escapan a esa sempiterna clasificación. Uno de mis preferidos es el sirviente del señor Norrell, John Childermass, a quien la autora describe con una mordacidad que, una vez más, recuerda a la Jane Austen más aguda:

Childermass era una de esas personas de incómodo trato que, por su modesta extracción, están destinadas a servir a sus superiores toda la vida, pero, por su perspicacia y habilidad, se creen merecedoras de reconocimientos y recompensas que están fuera de su alcance. De vez en cuando, por una insólita combinación de circunstancias afortunadas, esos hombres llegan a la preeminencia, pero lo habitual es que se sientan amargados por la frustración de sus aspiraciones, se dejen ganar por la desidia y desempeñen sus funciones igual ―si no peor― que sus compañeros menos capaces.

Leyendo Jonathan Strange y el señor Norrell me ocurrió con John Childermass algo que ya me había pasado con otras historias: me parecía mucho más interesante un mugriento secundario de incierta moral que los deslumbrantes héroes principales… Aunque en este caso tampoco puede decirse que los protagonistas luzcan un sentido de la ética intachable. Probablemente esa es una de las grandes virtudes de la obra de Clarke.

Como ya mencioné en el primer artículo, la propia autora ha reconocido en algunas entrevistas que su intención es centrarse en estos personajes de clases sociales más bajas en sus próximos trabajos y, de hecho, ya podemos encontrar aperitivos muy suculentos en alguna de sus historias cortas.

El mejor ejemplo que me viene a la cabeza sería John Uskglass y el carbonero de Cumbria, el hilarante relato con el que se cierra la compilación que en 2007 publicó Salamandra bajo el título Las damas de Grace Adieu. Este cuento, muy al estilo de esas fábulas en las que un pobre don nadie acaba ganando la partida de la forma más descabellada a alguien en principio muy superior (aquí el mismísimo Rey Cuervo), es uno de mis imprescindibles, junto al que da nombre al volumen y El duque de Wellington extravía el caballo. Creo que lo son porque en ellos Clarke da rienda suelta a su vis más cómica.

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Childermass. Imagen de Radio Times

La cuestión, volviendo a Jonathan Strange y el señor Norrell, es que, aun después de disfrutar de esas historias cortas, me quedé con muchas ganas de más Childermass y también de más Vinculus, paradigma andante del tipo de charlatán callejero a los que Norrell y Strange desprecian. Por supuesto, mención aparte merecería la figura del mayordomo Stephen Black, a quien se retrata como alguien no menos brillante que Childermass, además de atractivo y con buen carácter. Este personaje, hijo de una jamaicana que muere al darle a luz en un barco que transportaba esclavos, es víctima de la misma maldición que una de las damiselas en apuros a quienes los magos deben liberar. En la novela, el origen del desaliento es un duende maligno que se ha encaprichado tanto de lady Pole como de Stephen, aunque casi todos a su alrededor lo achacan a alguna enfermedad que probablemente hoy identificaríamos como una depresión. Me llamó la atención la forma en la que Clarke explica cómo el mismo sufrimiento, provocado incluso por la misma criatura, es contemplado de manera muy distinta cuando afecta a una mujer de clase alta y cuando quien lo padece es alguien de la servidumbre:

El estilo de vida de una dama y de un mayordomo enmascara cualquier similitud que pueda existir entre sus respectivas situaciones. Un mayordomo tiene un trabajo que cumplir. A diferencia de lady Pole, Stephen no podía quedarse horas y horas sentado junto a una ventana sin hacer ni decir nada. Unos síntomas que, en ella, eran elevados al rango de enfermedad, en él eran tachados de simple abatimiento.

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Stephen Black. Imagen de Fangirl Magazine

Al introducir a Stephen Black, Susanna Clarke aprovecha las posibilidades de jugar con estratos sociales muy diferentes y, además, rompe con la uniformidad racial que suelen arrastrar las historias ambientadas en la Inglaterra del siglo XIX. Stephen no solo es huérfano y pobre: es negro, y eso es algo que condiciona toda su existencia. En muchos sentidos, mientras leía los capítulos en los que se hablaba del mayordomo, me daba la sensación de que se estaba haciendo especial hincapié en cómo el resto de personajes, aun aquellos que a su manera lo apreciaban, no veían en él otra cosa que un fenómeno peculiar. Sus amos lo tienen en alta estima, pero solo como quien estima un sello impreso del revés o un jarrón chino. El caballero del pelo como el vilano de cardo lo convierte en su favorito, pero no porque albergue buenas intenciones. Black es un capricho, un objeto al que prácticamente nadie se toma la molestia de preguntar qué es lo que de verdad desea. Incluso la señora Brandy, que está profundamente enamorada de él, no es capaz de ver más allá del color de su piel y piensa que la causa de todo su pesar no puede ser otra que la añoranza de África, una tierra que, en realidad, Stephen no ha llegado a pisar en toda su vida. Tampoco tiene desperdicio la estereotipada imagen que del continente negro se forma la pretendienta de Black:

Es lo que siempre he oído decir. Naranjas y piñas por todas partes, y caña de azúcar, y árboles de chocolate (…) No creo que yo prosperase mucho en África. ¿Qué falta hace una tienda cuando la gente no tiene más que alargar la mano para arrancar la fruta del árbol?

Me sorprendió gratamente hallar en esta novela reflexiones tan lúcidas como esta y otras semejantes. Susanna Clarke no da puntada sin hilo y no pierde oportunidad de lanzar dardos allá donde menos se esperan. ¿Quién iba a pensar que en una novela sobre magos británicos estirados se deja caer un párrafo con el que hacernos sentir por un momento como alguien que, en la Inglaterra del siglo XIX, tiene que cargar con el estigma de haber nacido con una piel más oscura? Esta es, probablemente, una de las mejores descripciones de lo que supone realmente cualquier clase de discriminación. Y podéis encontrarla en Jonathan Strange y el señor Norrell:

(…) la piel puede significar muchas cosas. La mía significa que cualquiera puede golpearme en un lugar público sin temor a las consecuencias. Significa que a mis amigos no siempre les agrada ser vistos por la calle en mi compañía. Significa que, por muchos libros que lea y muchas lenguas que hable, nunca seré más que una curiosidad, como un cerdo que habla o un caballo que suma y resta.

 

6 comentarios en “El estrato social y el color de la piel en Jonathan Strange y el señor Norrell

  1. Espléndida disección de uno de los aspectos de la novela que ya reseñaste. Me descubro quitándome la chistera victoriana ante tal despliegue de saber crítico y, si se me permite, étnico y socioeconómico 😉

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  2. Esta reseña es fantástica, no solo nos habla de la novela en sí sino también desgrana algunos de los aspectos que más olvidamos a la hora de reseñar con muchísimo talento y una forma de escribir envidiable. Deseando leer esta novela gracias a ti.

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  3. Super interesante. Justo hoy he tenido una clase en la que hemos hablado de este libro. Lo leí este verano pero tengo muchas, muchas ganas de releerlo. Creo que es uno de esos libros que entiendes mejor (y disfrutas más) en la releectura.
    Un saludo!

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