Entrada escrita por Jesús Negro García (@jnegrogarcia)
y corregida por Sandra Gallart (@sangamu).
Nacida en Buenos Aires, Argentina, en 1978, y residente en la actualidad en Berlín, Samanta Schweblin es una autora multipremiada y sobradamente avalada por la crítica, pero que, sin embargo, parece ostentar aún la condición de escritora por descubrir para el gran público, no ya el asiduo a los bestsellers al estilo de El código Da Vinci, sino aquel que devora con avidez a Poe, Cortázar, Kafka, Lispector o Duras…, pero que puede tener la impresión de que todo lo que se mueve en la literatura en castellano hoy en día se reduce a Javier Marías, Almudena Grandes, Espido Freire o Elvira Lindo. No es ningún secreto que la escaparatería distorsiona nuestra visión de la realidad, la simplifica y nos induce al desinterés.

La primera obra de Samanta Schweblin, El núcleo del disturbio, se publicó en el año 2002 como ganadora del Fondo Nacional de las Artes del año 2001. Asimismo, uno de los relatos de este libro, «Hacia la alegre civilización de la capital», obtuvo el premio Haroldo Conti. En 2009 se publicó Pájaros en la boca, también ganador de un premio, en este caso el Premio Casa de las Américas de 2008. En 2013 recibió una beca para escritores de la DAAD y se trasladó a Berlín, donde reside en la actualidad y, entre otras cosas, imparte talleres literarios. En 2014 llegó una novela corta con el título de Distancia de rescate y en 2015 ganó el IV Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero, lo que resultó en la publicación del libro de relatos ganador, Siete casas vacías, con la editorial Páginas de Espuma y la puso sobre el mapa literario en nuestro país, donde hasta ese momento no parecía habérsele prestado la debida atención. Además, ese mismo año recibió el premio Tigre Juan, otorgado a una obra narrativa publicada en los doce meses previos a la convocatoria, por Distancia de rescate. Se podría decir que 2015 fue el año de Samanta Schweblin, al menos en lo que se refiere a su trayectoria en la cerril Iberia.
Una mujer bajo la influencia
En virtud de cuestiones formales y temáticas, el origen latinoamericano y específicamente argentino de Samanta Schweblin puede servir de coartada a los amigos de la pereza: ¿latinoamericana? Realismo mágico; ¿fantasía argentina moderna? Cortázar. Pero encuadrar a esta escritora en el realismo mágico es, posiblemente, dar palos de ciego, y la mención a Cortázar, aunque puede venir al caso, simplificadora en exceso. En lo que respecta a de dónde viene y a dónde va Samanta Schweblin, lo cierto es que se trata de una autora muy bien encuadrada en una forma de hacer el cuento que, de un tiempo a esta parte, está haciéndose con el protagonismo en el género, acarreando, de paso, una renovación muy potente del mismo. En realidad, se trata de una fórmula que siempre estuvo ahí y que cuenta con una tradición propia, pero que ahora parece haber conseguido ubicarse en primerísima fila (del cuento, claro, no lo olvidemos, es decir: segunda fila de la literatura). Y aunque cada uno de los autores que se adscriben a esta renovación pueda mencionar filias y fobias literarias variadas y diferentes de las de los otros, el espíritu que se esconde detrás de esta novedad tiene nombre, apellidos y nacionalidad: el checo Franz Kafka.
Realmente choca lo evidente que es la presencia de lo kafkiano en Schweblin o en tantos cómplices de aventura literaria como Eloy Tizón y lo timorata que, sin embargo, parece mostrarse la crítica, más que los propios escritores, a la hora de expresarlo sin titubeos, como si se hubiera olvidado o quisiera olvidarse el inevitable peso del autor de La guarida. Si la píldora del acervo argentino y latinoamericano de Samanta Schweblin (en cuanto a Argentina, antes que a Borges o a Cortázar, ella menciona a menudo a Bioy, y en lo que respecta al resto de Latinoamérica, a Quiroga, Rulfo o Di Benedetto) la añadimos, junto a un manojo de iniciadores del cuento moderno (Poe, Chejov) y una cucharadita de autores norteamericanos (Flannery O’Connor, Cheever, Carver, Hemingway…), a un buen potaje de Kafka, entonces tenemos una receta de Samanta Schweblin bastante acertada, a especiar con nombres quizá no tan sonados como los de Dino Buzzati o Kjell Askildsen, por mencionar dos. En una entrevista de 2016, además, decía haber descubierto en los últimos años a autoras que la estaban impactando mucho, como Elizabeth Strout, Amy Hempel, Kelly Link, Shirley Jackson o Kij Johnson (todas ellas, por cierto, estadounidenses).
De qué hablamos cuando hablamos de samanta schweblin
Podríamos decir de Samanta Schweblin (y esta sería también una de las características de muchas de las autoras y autores que se engloban en la renovación actual del cuento a la que hacíamos mención) que es una autora que no tiene miedo de los géneros de la fantasía y el terror, pero que no se conforma con los límites marcados por la escritura de género, en el sentido de que no escribe para explorar el género, sino que usa el género para explorar la literatura. Desde esta perspectiva, también podríamos poner en conexión a Samanta Schweblin con autoras como Karen Russell o Mariana Enríquez (también argentina), publicadas en Tusquets y Anagrama respectivamente, pero que por generación y contenido podrían estar en Fata Libelli o en Nevsky, o con Kelly Link, editada en España por Seix Barral, pero que con sus premios Nebula, Hugo, etc., bien podría estar en Nova o en Minotauro.

Schweblin parte de lo cotidiano o lo mundano para ir desentrañando lo extraño que subyace y que siempre nos acecha, no como excepción o como ruptura, sino como algo que está en todos y para todos. Si con Lovecraft el terror venía del espacio y, en una etapa posterior de maduración y racionalización del género, con Ramsey Campbell entre otros, el terror se buscó en el interior mismo del ser humano, en el caso de Samanta Schweblin lo extraño (que podemos identificar con el terror) late en cada persona, en cada objeto, en las plantas y en los animales, en la comida, en los líquidos, en los cursos de los ríos, en la mirada y en lo mirado; podemos hablar, así, más que de derivas surrealistas, de un realismo metafísico que la pone en contacto con la estética de Pilar Adón, otra de sus compañeras «generacionales». En Schweblin lo extraño se normaliza o bien la normalidad está enrarecida. En dicho enajenamiento subyacen la alienación individual, la dificultad de comunicarse con el otro y el extrañamiento frente a lo ajeno, la aprensión producida por el abandono de la comodidad del mundo propio para penetrar en la desapacibilidad de lo desconocido, la indefensión generada por la falta de cualquier referente sólido…, pero también el miedo al yo, a no saber realmente quiénes somos y a lo que esto pueda significar. ¿Qué decíamos de Kafka?
Pero más allá de cualquier influencia, la voz de Samanta Schweblin es convincente y poderosa de forma autónoma: hay algo desmesuradamente vivo en su literatura, en su voluntad de renovación del cuento y de los géneros de la fantasía y del terror, en su exploración de los recursos disponibles y una cierta búsqueda de otros nuevos, con una expresión en la que asunto y forma se entretejen hasta que, como en Distancia de rescate, se hacen indistinguibles. Leer a Samanta Schweblin es, en fin, zambullirse en el presente más categórico de la literatura escrita en castellano.

Hola Jesús:
No conocía a esta autora, pero todo lo mencionado: Desde las referencias hasta el modo de tratar los cuentos, hace que me interese un montón.
Espero con gran entusiasmo conocer más de ella a través de tus entradas.
Saludos!
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